Últimamente el gallinero que es la FIFA (y también afecta al corral de la UEFA) es un hervidero de voces de denuncia e indignaciones ante la presencia en el fútbol actual de un actor que entra en él para tratar a futbolistas como mercancías y sacar la mayor tajada posible, sí, se tratan de los fondos de inversión como Doyen, Quality Sports o MSI, unos fondos que Blatter quiere prohibir (como lo hicieron en su día) y que tienen también sus partidarios, como son la LFP española y la LPF portuguesa.
Toda esa polémica está muy bien, en el sentido que es una cuestión con muchas aristas y es normal que se convierta en foco de una discusión, sin embargo hay otros temas también a la orden del día en el mundo del fútbol que deberían entrar en ese foro de debate, pero que son ignorados ya sea de manera consciente o no.
Estoy hablando del boom de las inversiones extranjeras en los clubes históricos que pese a que no es nada nuevo no se ha promovido en ningún momento una normativa que regule estas ‘compras’ de equipos por magnates exóticos aburridos de dinero. En algunos casos pueden salir bien y el inversor reverdece los laureles del club como el Manchester City, Chelsea o París Saint-Germain, otros ha tenido un sabor agridulce o simplemente no ha tenido sabor como los caso de Málaga, QPR o Cardiff City y en algunos casos han llevado al club a la desaparición o a una situación muy complicada como les ha sucedido al Neuchatel, Racing de Santander, o el Portsmouth.
Ahora con la venta de clubes señeros como el Atlético de Madrid (un 20% al multimillonario chino Wang Jianlin) o el Milan (según Berlusconi, acaba de vender el 75% del club a inversores chinos) y con las futuras que seguramente habrá gracias a la crisis acuciante y a unos millonarios (o que dicen ser millonarios) exóticos con ganas de ‘jugar al PC Fútbol’, la FIFA y/o la UEFA deberían poner cartas en el asunto para crear una normativa para asegurar de quien invierta en un equipo de fútbol lo haga con el claro propósito de garantizar una estabilidad y no con un afán de llevarlo a cotas altas lo endeude y lo haga desaparecer en un claro desprecio a lo común, pues los equipos son comunes, no del inversor que lo compra sino de la afición que es su razón de ser.